viernes, 7 de abril de 2017

Texto Narrativo



El Teatro Nacional de Santa Ana es el mejor lugar para poder hacer exposiciones culturales tales como la danza y la actuación entre otros, pero no por eso debemos dejar de lado el folclore que envuelve a esta antigua estructura.
Basado en conversaciones populares y comentarios de sucesos. El relato escrito a continuación es fruto de la imaginación de su autor, ninguno de los sucesos descritos son verídicos y cualquier parecido con situaciones o nombres reales es coincidencia.

Si yo hubiese sabido

 
Imagen antigua del Teatro Nacional de Santa Ana

Todo indicaba el día sería monótono para Don Pedro, se había levantado tal y como era su costumbre a plenas cuatro de la mañana, se daba un chapuzón con agua fría de la pila para terminar de despertar, su jornada de trabajo en el teatro estaba a punto de iniciar y simplemente su actitud con respecto a todas las historias encantadas que le habían contado el día anterior seguía siendo la misma, escéptica, pero nadie podría culparlo, y mucho menos esas chicas bulliciosas de la administración que aún seguían creyendo en pajaritos preñados, pues si bien era cierto que parte del patrimonio cultural intangible era la tradición oral de ciertas historias, había que saber separar la realidad de lo ficticio, si él en sus años de arduo trabajo en el edificio jamás había visto ningún tipo de sombra, ni siquiera había escuchado ecos de su nombre, apenas y alcanzaba a escuchar cuando le gritaban por el problema de audición en ambos oídos.

Llegó y marcó su hora de entrada, tomó sus implementos de trabajo y se fue directo al baño de mujeres, ese día habría un pequeño concierto de marimba programado por la tarde y lo mejor sería iniciar con tiempo todo el quehacer del lugar. Sus tarareos eran bajos y el sonido del agua retenida cayendo de la esponja, que estrujaba con cuidado de no mojar más los alrededores de la cubeta, le servía de melodía para hacer más soportables los minutos de soledad.

El sonido de ambas puertas siendo empujadas, como cuando un vaquero entra en la cantina en una película del lejano oeste, le hizo sonreír animado, Adriana y su eterna costumbre de hacerle compañía en las horas más tediosas, o simplemente cuando no tenía ganas de trabajar en aquellas pilas de documentos por redactar. Sin necesidad de volver a verla inició una plática sobre lo difícil que era sacar ciertos hongos de la cerámica de algunos lavabos, de cómo era necesario mezclar limón con el desinfectante de lavanda. Su muda visitante le hizo poner los sentidos en sobre alerta y grande fue su sorpresa al darse la vuelta y notar que no había más que su presencia en aquel reducido cuarto.

Con la curiosidad propia de un salvadoreño fue en busca de la supuesta chica que había entrado para charlar con él, según su mente le había dado a entender, se asomó y terminó por salir del baño y escuchó un par de risas provenientes del ala derecha. Incorporó su postura y caminó hacia el lugar, ya no había respeto en los jóvenes de hoy, tratar de jugarle una broma de ese tipo era de muy mal gusto. Se paró frente a la puerta de ese cuarto, no le gustaba aceptarlo, pero por instinto ya había tratado de no pasar por ese ahí en reiteradas ocasiones, como si su propio deseo de subsistencia le colocara un cartel de peligro con luces de neón. Trató que su voz no sonara trémula y carraspeó para bajarse todas las flemas que le pudiesen dejar salir un “gallo” al hablar. Empujó la puerta con cuidado, colocando su mano derecha en el marco y su muñeca sintió un tenue aire frío salir por la rendija que se había formado, él no tenía refrigerador en casa, pero una vez que había visitado a su hijo en la capital había sentido algo similar al sacar una caja de leche del artefacto. Su curiosidad contrario a menguar fue en aumento y empujó un poco más hasta sentir una leve caricia en la mano, el roce parecía seda al deslizarse, pero con el calor propio de un cuerpo que trata de tentar a ir más allá y ver que hay tras la madera que dividía ambos lugares, acto seguido una risa malévola llenó sus tímpanos, como si el doctor jamás le hubiese diagnosticado la sordera y se percató que en un acto de auto-protección su mano había dejado de empujar para entrar al cuarto.

Luego de darse media vuelta fue por la cubeta al baño y sus pasos se dirigieron en automático hacia el área de administración. Sus ojos se clavaron en las chicas que conversaban amenamente y recordó las palabras que había dicho el día anterior: “Yo hasta no ver, no creer”.


De ahora en adelante tendría mucho cuidado con tachar de falsas todas las historias que una vez su abuela le contó a su madre y que a manera de susto, buscando aunque sea un poco de obediencia para no salir de noche o no alejarse mucho de casa, su mamá le había contado a él, no fuera siendo que cuando caminara de regreso a casa de topara con "la Siguanaba".

No hay comentarios.:

Publicar un comentario